Relato: Lobuna Navidad

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¡Feliz Navidad (con unos días de antelación, pero la intención es lo que cuenta)! A modo de regalo, en estas fechas tan señaladas, y porque prometí ir apareciendo por el blog aunque fuera de vez en cuando… ¡Hoy traigo un relato! 

Y es que, al igual que hice con el relato navideño de La niña de los ojos grises, esta vez quiero compartir un relato de mi nueva novela: Cómo salir con un hombre lobo (y no morir en el intento).

¡Pero cuidado! Este relato puede contener spoilers si no te has terminado de leer la novela, pues podría ser perfectamente una parte más del libro ubicada tras el capítulo «Volver a casa durante las fiestas». Así que, si aún no te has leído la novela, te recomiendo volver a esta entrada cuando lo hayas hecho. Y si ya has leído Cómo salir con un hombre lobo… ¡Disfrútalo!

Relato: Lobuna Navidad

El cinco de enero amanecí entre los brazos de Galder.

Aproveché esos primeros minutos de semiinconsciencia, en los que no estás dormida del todo, pero tampoco totalmente despierta, para arrebujarme contra él y disfrutar su calidez. Una de las ventajas de salir con un hombre lobo es que su temperatura corporal nunca baja demasiado.

Quizás es porque tienen el cuerpo cubierto de pelo o porque el espíritu del animal les desregula el termostato interno, no lo sé.

Lo único que puedo decir es que era eso lo que nos permitía a Galder y a mí dormir desnudos en pleno invierno y sin necesitar nada más para taparnos que una colcha fina. En momentos como aquel, en el que su respiración me agitaba el pelo de la coronilla y sus brazos me rodeaban, parecía que el mundo se había detenido en nuestro dormitorio.

Y necesitaba aferrarme a aquellas sensaciones maravillosas.

La presencia muda de Pablo pesaba en cada uno de nuestros movimientos y si no me centraba en las cosas buenas hasta que a Galder y a mí se nos ocurriera cómo solucionarlo todo acabaría por volverme loca.

Alcé una mano para acariciar sus largos dedos y él se desperezó a mi espalda. Cerró su abrazo sobre mí, atrapando una de mis manos y acariciando mi cintura con la otra, y sentí su calor cuando se acercó más a mí.

Cada vez que sus manos recorrían mi cuerpo, los escalofríos que un día me habían preocupado me hacían cosquillas en cada una de mis terminaciones nerviosas. Cuando sus labios se posaban sobre mi cuello, una sonrisa escapaba de los míos, llena de anticipación.

Me giré para mirarle a la cara y le di un beso largo y profundo, como si así pudiera fundirme con él.

—Buenos días.

 

Un rato más tarde, mucho más despejados y algo más sudorosos, nos vestimos y salimos al salón.

El trabajo de Galder como profesor de una academia y mi reciente despido nos habían asegurado tener esos primeros días del año libres, y vendría bien teniendo en cuenta que aquella noche seríamos los anfitriones.

Bueno, más o menos, porque la idea de la «cena navideña de inicio de año» se le había ocurrido a Josh.

—Todos los años nos vamos con nuestras familias para celebrar las fiestas y no hacemos nada nosotros. ¡Ya está bien! Que este año me he guardado un montón de recetas en Instagram…

Y así habíamos quedado en que Alex, Ken, Manu, Josh, Galder y yo cenaríamos juntos la Noche de Reyes. Cada pareja se encargaría de un plato y todos llevaríamos nuestras mejores galas, como si el espíritu de la Nochevieja se hubiera adueñado de nosotros.

La verdad es que estábamos bastante emocionados.

Diminuto nos observó en silencio mientras nos dirigíamos a la cocina. Josh y él habían vuelto al piso el día anterior y el gato se había vuelto a adueñar de todos sus lugares favoritos.

—Hola, pequeño —dije, acariciándole la cabeza al pasar al lado del respaldo del sofá.

El animal cerró los ojos, disfrutando de la caricia, pero los abrió en cuanto percibió el olor de Galder.

—Al menos ya no me bufa. —Se encogió de hombros—. Buenos días, bola de pelo.

Diminuto le dirigió una mirada que parecía decir: «mira quién fue a hablar» y se recolocó dándonos la espalda.

Pasamos el resto de la mañana recogiendo la casa para la noche. Josh nos había prometido que si nosotros la dejábamos como los chorros del oro el día cinco, él se encargaría de hacer lo mismo tras la cena, y nos pareció un buen trato.

Poco antes de la hora de la comida salimos hacia el supermercado, sabiendo que cuanto más tardáramos en ir, más probable era que se llenara de gente que pensaba cenar con sus familias aquella misma noche.

—¿Te acuerdas de la primera vez que fuimos a comprar juntos? —pregunté, fijándome en que ahora íbamos de la mano por las mismas calles en las que unos meses antes habíamos caminado casi como desconocidos.

—Aquella vez tuve la sensación de que preferirías haber ido a comprar con Hannibal Lecter antes que conmigo.

—¡Qué exagerado eres! —me carcajeé—. Pero es verdad que no estaba segura de querer pasar un rato a solas contigo. Recuerda que en aquel entonces me dabas escalofríos.

—Todo completamente infundado. No sé quién era peor, si el gato o tú.

—¡Infundado, dice! ¡Si me mandaste a la fila para poder oler la carne sin distracciones!

—Y hoy pienso hacer lo mismo, que tenemos que hacer un plato principal delicioso —respondió, dándome un beso en la cabeza.

Como Josh había pedido los entrantes para hacer una degustación de todos y cada uno de los canapés que había visto por Internet y Ken era fan de la respostería, Galder y yo nos habíamos quedado con el plato principal. Nos había costado un poco encontrar algo que pudiera gustarnos a todos y no fuera demasiado difícil de elaborar, así que habíamos acabado por decidirnos por un solomillo Wellington.

—La carne va a estar algo más hecha de lo que me gustaría, pero me sacrifico por el equipo —había comentado Galder mientras leía la receta.

Yo agradecía su sacrificio, sin duda. La idea de un solomillo envuelto en un hojaldre, con setas y salsa me hacía la boca agua, pero si imaginaba todo aquello mezclado con los hilillos de sangre que salían de la carne que solía comer él… Se me cerraba el estómago.

 

Nos pusimos a cocinar a media tarde, calculando el tener el tiempo necesario para dejar nuestro plato casi terminado cuando llegaran los demás. Josh nos había dicho que cocinaría en casa de Manu y así no tendríamos que pelearnos por el horno, así que teníamos margen.

Cocinar con Galder siempre era divertido. Ninguno de los dos éramos unos expertos en el tema y a veces se nos olvidaba echar sal y teníamos que rectificar después, o calculábamos mal alguna cantidad, pero lo bueno de que ninguno de los dos fuera muy ducho en la cocina era que no podíamos quejarnos del otro en exceso.

Y por eso, cuando llegó la hora de montar el solomillo para meterlo en el horno, no tuvimos en cuenta que las setas estaban demasiado calientes hasta que intentamos cerrar el hojaldre.

—¡Mierda! ¡Se rompe!

La masa, convertida en un amasijo blando y sin consistencia, se nos escurría entre los dedos al intentar cerrarla en torno al relleno.

La vaciamos rápidamente, intentando solucionar el estropicio que habíamos montado con nuestro plato, pero por mucho que intentáramos cerrar los agujeros que se habían formado en el hojaldre, se notaba que estaba lleno de parches. Viendo lo fea que había quedado la masa lisa y perfecta que habíamos sacado del paquete, no pude evitar echarme a reír.

—¿Cómo puedes reírte? Es horrible —dijo Galder, llevándose una mano a la frente.

—Ya, pero a estas horas los supermercados están cerrando y nuestros amigos están a punto de llegar así que o me río o me pongo a llorar —solté, entre carcajadas—. Nos va a quedar un plato riquísimo, pero muy feo.

Señalé las evidencias mientras hablaba y él bajó la vista, siguiendo la dirección que señalaban mis manos.

Se echó a reír, con mucha menos intensidad que yo.

—Creo que yo tampoco quiero echarme a llorar.

Decidimos dejar enfriar las setas mientras nos vestíamos para la cena, esperando que aquello fuera suficiente para no volver a cargarnos el hojaldre. Josh y los demás llegarían en poco más de media hora, así que debíamos darnos prisa.

Galder se puso una camisa negra y unos vaqueros que le sentaban como un guante y tuve que contentarme con darle una palmada en el trasero en vez de animarle a quitárselos en cuanto se los puso. Yo me puse un vestido granate ajustado que otros años me había acompañado en mis salidas de fin de año, pero que ahora solo me ponía en ocasiones como aquella.

—¿Estamos a tiempo de llamarles para retrasar la hora de la cena? —preguntó Galder, asomándose al espejo mientras me ponía los pendientes.

Sonreí a su reflejo.

—Si solo fueran Josh y Manu, sí, porque Josh es un tardón. Pero Alex y Ken… —Y, como si mis palabras les hubieran invocado, sonó el telefonillo.

—Mecachis.

Galder fue al salón para abrir y me apresuré a darle un beso rápido antes de que nuestros amigos subieran.

—Me gusta vivir momentos como este contigo —dije.

Él me colocó las manos sobre las mejillas y me miró a los ojos como si quisiera perderse en ellos.

—Estoy deseando vivir muchos más.

 

…Y eso es todo por ahora

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Espero que hayas disfrutado el relato tanto como yo disfruté escribiéndolo. ¡Me encantan las pequeñas historias extra que podrían ser parte de la novela perfectamente!

Y, si has sido malo o mala y te has leído el relato antes de leerte Cómo salir con un hombre lobo... ¡Puedes saber más de Mary y Galder leyendo la novela!

¡Y pasa unas muy felices fiestas!

¿Quieres compartirlo con otros?

2 comentarios en «Relato: Lobuna Navidad»

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