¡He vuelto! Siento que he desaparecido muchas veces en poco tiempo, pero como ya dije en la entrada anterior, el mes pasado me casé y no podía pasarme por aquí a actualizar en plena luna de miel… Así que hoy traigo una entrada nueva para volver a la rutina, y es acerca del efecto de crecer siendo lector.
Crecer siendo lector y su efecto en el desarrollo
Como profesora, no es coincidencia que dedique una categoría entera de entradas en el blog a hablar del fomento de la lectura. Como ya he mencionado alguna vez, los efectos positivos de la lectura se notan enseguida en el ámbito académico y también sirve para crear lazos con las personas con las que compartimos el hábito. Esos efectos positivos en nuestra infancia, de los que apenas somos conscientes, nos acompañan a lo largo de nuestra vida y pueden ser positivos en distintos aspectos en el futuro.
¡Y anda que no ayuda la lectura en la vida académica! Y es que desarrollar la comprensión lectora es fundamental en prácticamente cualquier asignatura (¿cómo vas a entender un problema de matemáticas sin comprensión lectora?).
Lo que pasa es que a veces resulta complicado convencer a un niño de lo positivo que será crecer como lector si su único acercamiento a los libros ha sido a través de lecturas obligatorias de libros que no le han llamado la atención lo más mínimo. Por eso, en esta entrada quiero mostrar el otro lado del camino.
Qué es lo que nos ocurre a los lectores cuando empezamos a leer y caemos irremediablemente en las garras de los libros: las otras consecuencias de crecer siendo lector.
Crecer siendo lector: los efectos secundarios
Hablo en plural, pero en realidad todos podrían resumirse en uno: el desarrollo de la imaginación. Oí en una serie algo así como: «leer es como ver la televisión, pero viendo las imágenes en tu cabeza». Supongo que por esa magia que despierta la lectura, esa capacidad de hacernos ver cosas que no estaban ahí, desarrollamos un vínculo estrecho con las novelas. Al fin y al cabo, los personajes sobre los que leemos aparecen en nuestra mente y nosotros somos los responsables de imaginarlos de la manera que queramos (incluso aunque el autor haya descrito perfectamente su aspecto físico) y vivimos sus aventuras con ellos.
Por eso, cuando llevas un tiempo leyendo te das cuenta de lo que la lectura te ha provocado y descubres los efectos secundarios de crecer como lector. Vamos a ver algunos:
La aparente normalidad
Los lectores sabemos que por lo general las cosas no son lo que parecen.
Muchos libros, en especial los de temática juvenil, tienen un protagonista o una protagonista que se caracteriza por ser… Normal. O al menos eso parece, porque luego se descubre que esa normalidad da paso a otra cosa más molona.
Por ejemplo, desde que comienza «Harry Potter y la piedra filosofal», sabemos que él no es un niño cualquiera, pues una maga en forma de gato le está vigilando. Pero las descripciones de él y su día a día no dejan duda de que se trata de una persona normal. Hasta él mismo lo cree hasta que aparece Hagrid y le dice:
Y claro, deja de ser un niño normal.
Estas historias hacen que crezcamos sintiendo que hay un sitio para todos, encajemos más en lo que se considera normal o no, y reivindicando esa rareza como algo positivo. ¿Qué es lo malo? Que cuando lees esos libros siendo un niño o un adolescente normal, al que le pasan cosas normales, una pequeña parte de tu cerebro piensa: «Ojalá a mí me pasara algo así». ¡Porque no parece tan difícil viéndolo ahí!
Es entonces cuando aprendes a disfrutar también de las novelas en las que las personas normales de verdad (no como Harry Potter al principio de la novela) son los protagonistas de su propia aventura y superan peligros sin magia para ayudarles.
La protagonista de «La ciudad de las sombras», Helena Lennox, es una adolescente sin poderes más allá de su valentía y su ingenio afilado y se merienda a todos con patatas en su novela. Axlin, por ejemplo, de la saga «Guardianes de la ciudadela», tampoco tiene ningún poder especial más allá de saber leer y escribir y a pesar de ello logra mucho más de lo que otros esperaban de una chica coja en un mundo plagado de monstruos.
Por eso, aunque la literatura nos ponga las expectativas altas en cuanto a lo de «ser normal»… También demuestran que podemos hacer que nuestra historia sea algo extraordinario.
Las amistades que superan cualquier adversidad
Y aquí tenemos variedad donde elegir.
Tenemos al amigo de toda la vida para el que sigues siendo una persona muy importante a pesar de que hace mucho que no os veis. Ese amigo moverá cielo y tierra por ayudarte si tiene la oportunidad porque fuisteis amigos durante vuestra infancia (o durante seis meses hace unos años). Cery de «El gremio de los magos», es un perfecto ejemplo de esto.
Luego está el amigo al que conociste en unas circunstancias peliagudas para él y al que ayudaste. Este favor, que suele ser algo trascendental para la otra persona, se le queda incrustado tanto en el corazoncito que cuando volváis a encontraros, puede que años después, te pagará ese favor con un acto heroico. O se convertirá en tu compañero de aventuras.
¿Y qué me dices del amigo que se lanza a la aventura contigo, sea la que sea? Ese amigo que te acompañará al fin del mundo solo porque sois amigos, sea cual sea la misión que te has propuesto. Como L’Archevêque con Auxerre en «La dama y el león».

Aunque muchas de estas amistades surgen de situaciones que no se darían en la vida real y sobreviven a cosas tan peligrosas como el tiempo, nos enseñan lo fundamental que es contar con el apoyo de otros. Y es que al final al crecer como lector aprendes que los monstruos más terribles no lo son tanto si tienes un buen amigo a tu lado.
El amor verdadero
Este quizá haya sido el efecto secundario que más me ha afectado como lectora.
Como ya sabrás si has leído algo más del blog, me encanta la literatura romántica, en especial la romántica paranormal. Recuerdo cuando era adolescente y empecé a leerlos y mis compañeras de clase compartían en sus redes sociales cosas como «Culpo a Disney de mis altas expectativas en cuanto a los hombres« y yo solo podía pensar: «pues yo culpo a Sherrilyn Kenyon». ¡Y estoy segura de que no soy la única! Como dijo George R. R. Martin: «Un lector vive mil vidas antes de morir. Aquel que nunca lee vive solo una», así que es muy probable que los lectores hayamos encontrado muchos más referentes de parejas idealizadas para poner nuestras expectativas por las nubes.
Lo que las novelas no te cuentan, y por eso te ponen las expectativas tan altas, es que después del enamoramiento y la luna de miel toca llevar la relación. Que con el primer beso solo empieza la función, no termina, y toca hacerlo lo mejor posible sin apuntador. Que nadie es perfecto (ni tú ni la otra persona) y tenéis que ser un equipo para solucionar los problemas y sortear los baches. Los libros no te suelen contar que el amor es un maratón, no un sprint, pero que cuando estás metido de lleno en él descubres que la familiaridad que existe con la otra persona puede no ser tan emocionante como las mariposas del estómago del principio… Pero es mucho más bonita.
Y creo que es algo bueno que la mayoría de los libros se queden en ese «final feliz» que en el mundo real es solo el principio del camino. Así nos toca a nosotros descubrir lo que pasa después de que los príncipes se casen y se enganchen a series de Netflix juntos.
El resumen es que el hecho de que crecer siendo lector te llene la cabeza de mundos y situaciones imaginarios puede ser una lata a veces… Pero hay que reconocer que sería una pena haber vivido sin haber formado parte de ellas, ¿no?