La entrada de esta semana es un poco más personal porque vengo a hablar de algo que siento yo y que seguro que muchos otros escritores también. Hoy vengo a hablar de escribir para hacer real lo irreal, de escribir para cambiar las cosas.
¿De dónde surge esta necesidad?
Hace muchos años que tengo claro algo (y que ya sabrás si has visitado mi página Sobre mí): quiero que lo que hago ayude a cambiar las cosas.
He crecido en una sociedad en la que yo nunca he sido la peor parada, aunque tampoco la más beneficiada (por eso de ser del «sexo débil»). Esto ha sido así por mi color de piel, mi procedencia, mi identidad de género, mi orientación sexual… Y, sin embargo, y por suerte, creo yo, tampoco he estado ciega ante la realidad de otras personas que me rodeaban.
He visto cómo otros, cerca y lejos de mí, han tenido que aguantar cosas que yo no podía ni imaginar. Supongo que por eso, por los libros y películas de caballeros y por mi propia infancia, decidí que si podía hacer algo para cambiar las cosas, no me quedaría de brazos cruzados.
De ahí mi necesidad (y la de muchos otros, seguro) de escribir para hacer real lo irreal.
¿Qué es eso de escribir para cambiar la realidad?
Cuando escribes, sea el género que sea, creas algo que no estaba ahí antes. Ya sea unos personajes, una historia, una realidad o un mundo, nuevos seres o animales… Al escribir, le damos un tinte real a algo que solo está en nuestra mente.
Yo creo que inconscientemente, hay veces en que buscamos crear ese mundo nuevo en que las cosas son mejores. Puede que no todas, pero sí algunas. Y no es el caso de todos los escritores, por supuesto, porque dudo mucho que Suzanne Collins quisiera que veinticuatro adolescentes fueran entregados cada año para matarse o que George R. R. Martin esté deseando que un ejército de no-muertos venga a por nosotros.
Digo yo.
En mi caso, al menos, ese deseo parte de querer que mis historias se desarrollen con unas ciertas condiciones que no se dan en este mundo. Escribo para mostrar situaciones y personajes que seguramente tendrían una vida diferente en esta realidad pero que no tienen por qué hacerlo allí. Y escribo con la esperanza de que cuando alguien lea eso sienta, igual que yo, que esas situaciones son perfectamente plausibles, Que se plantee por qué no puede en ser así en la vida real.
Las palabras tienen el poder de cambiar la realidad
No recuerdo cuándo escuché esto por primera vez pero lo veo más cierto a cada día que pasa. Especialmente desde que trabajo como profesora.
Cuando a un niño le das a entender que no se le da bien algo, es muy probable que lo acabe pensando e interiorizando. Es fácil para él aceptar inconscientemente que «no está hecho para X» y, simplemente, no intentarlo. Si, por el contrario, crees firmemente en el potencial de un niño y que puede aprender algo nuevo o comprender un concepto difícil, esa creencia que tienes en él puede acabar siendo la suya propia. El niño siente que confías en él y no se rinde antes de empezarlo.
En ese ejemplo, tus palabras están cambiando la realidad sin que te des cuenta.
Y lo mismo ocurre cuando las editoriales deciden apostar por historias escritas con un lenguaje inclusivo. Es algo que yo tengo pendiente, la verdad, porque no sé cómo hacerlo de manera correcta, pero no puedo evitar ver lo bueno y necesario que es.
Negarnos a darle al lenguaje inclusivo el poder que tiene es negar la realidad de las personas no binarias. Es forzar a la realidad a no cambiar para ser más amplia y, valga la redundancia, más real.
Siendo conscientes del poder que tienen las palabras, podemos ayudar a hacer de este mundo un lugar más amable para todos.
La esperanza es la clave
¿Por qué íbamos a molestarnos en escribir realidades más sanas o utilizar el lenguaje inclusivo si no tuviéramos esperanza? Esperanza en que podemos cambiar las cosas. Esperanza en que no somos la única gota en este océano que quiere luchar por un mundo más justo.
Ya lo decía Mary Margaret en Once Upon a Time, que creer en la posibilidad de un final feliz es algo poderoso. Que tener esperanza es el arma más poderosa de todas.
Y, ¿cómo no va a serlo? Vivimos en una realidad en la que lo fácil es sentarse y aceptar lo que nos han dado. En la que parece inútil esperar que las cosas puedan ser diferentes. Pero si tienes esperanza, luchas para cambiar lo que no está bien. Con tus medios, con tus límites, pero sin asentir ante el dolor de los demás en silencio. Si tienes esperanza, crees que puedes hacer algo para cambiar las cosas.
Y, si eres escritor, crees que puedes escribir para ayudar en ello.
El hopepunk
Hace un tiempo que se viene hablando de esta corriente en España, y en gran parte es gracias a Laura Morán Iglesias, que tradujo un artículo de Alexandra Rowland en 2017. En ese artículo, nos contaba que «el hopepunk dice que la bondad y la dulzura no son un sinónimo de debilidad, y que en este mundo de un cinismo y nihilismo brutal, ser bueno es un acto político. Un acto de rebelión».
No es pintarlo todo de rosa y escuchar a los pájaros cantar sino saber que para que los pájaros canten a veces hay que conseguir que no talen los árboles.
Si quieres entender de verdad qué es esto del hopepunk, te animo a leer la entrada que Laura ha publicado hace poco hablando del tema. Me ha parecido interesante mencionarlo aquí porque necesitamos esa esperanza y esa parte punk para poder cambiar la realidad. Para tenerlo en cuenta al sentarnos delante del ordenador o del folio en blanco y escribir para hacer real lo irreal.
Escribir para que esa realidad sea la nuestra
Hace un tiempo leí Tarantella, de Enerio Dima, y, aunque lo elegí por ser un retelling de La bella y la bestia, me encantó que ella misma describiera el mundo en el que se ambientaba la historia como uno en el que no existía el machismo.
¡Y es verdad! A medida que vas leyendo y encontrándote distintas situaciones ves que es cierto que allí no existe el machismo en ese mundo y piensas que ojalá nuestro mundo pudiera ser así (con arañas gigantes y todo).
Lo que leerás si te animas este otoño con La ciudad escondida también es un mundo que yo creé con la esperanza de que el nuestro pudiera parecerse un poco a él. No puedo dar más detalles ahora mismo, pero no quise que mis personajes sufrieran las injusticias que los seres humanos sufrimos aquí a diario (lo veamos o no).
En Una vez cada diez años, la cosa empieza en un punto del futuro que no me gustaría vivir, eso es verdad. A veces pienso que es inevitable que lleguemos a ese punto en el que viven Judy y Leta. En el que la contaminación e irresponsabilidad de la gente han hecho que sea insostenible seguir viviendo como hasta ahora.
Pero ellas saben que hay que luchar para cambiar las cosas. Ellas, como nosotros, saben que hay que mantener la esperanza y seguir avanzando si queremos cambiar la realidad. No puedo decirte si lo consiguen o si no, pero es que, para ser sinceros, nosotros tampoco sabemos si lo conseguiremos en la historia que es nuestra vida.
Y eso no significa que debamos bajar los brazos y darnos por vencido. Todo lo contrario.
¿Es este uno de los motivos que tienes cuando escribes? ¿Crees que podemos cambiar algo? ¿Que podemos escribir para hacer real lo irreal?